Cómo no recordar a Elsa Bornemann escribiendo para chicos:
“¡Ay!¡Qué disparate!
¡Se mató un tomate!
¿Quieren que les cuente?
Se arrojó en la fuente
sobre la ensalada
recién preparada.
Su rojo vestido,
todo descosido,
cayó haciendo arrugas
al mar de lechugas.”
[…]
Un camino de exploración histórico en la naturaleza en el sentido más literal de la palabra nos permite encontrar productos maravillosos de la América Prehispánica que hoy deleitan los paladares del mundo.
Y sí, si estás pensando en rojo intenso, hablamos del “ Tomate», originario de México, donde se cree que al menos, dos tipos de tomate, crecieron. Es posible que la domesticación se diera en América del Sur también. Los indios mexicanos se sintieron intrigados por esta fruta ya que se parecía a un tomate verde, uno de los principales productos de su cocina. El primer tipo de tomate “domesticado”, cultivado, se cree que fue el más pequeño: el que hoy podemos comer como un bombón: el tomate cherry o miniatura.
Las semillas de esta fruta fueron llevadas a España por los conquistadores en el siglo XVI, luego pasaron a Italia dando origen al pomodoro. Sus hojas no se consumían ya que eran tóxicas pero se continuaban cultivando ya que el fruto pequeño era ornamental. El territorio mediterráneo lo adoptó de manera maravillosa con sus veranos secos y tan soleados.
Hoy se cultiva en tierra y en forma hidropónica (en el agua) tanto en Estados Unidos, como en Rusia, China y Turquía, pero los países mediterráneos y americanos son marca registrada.
Otra vez la naturaleza nos regala la maravilla de la alimentación, fresca, plena de nutrientes, tanto en altura como en los valles bajo riego. Temperaturas templadas, poca tolerancia a las heladas, mucho sol, y como es una planta trepadora, hay que ayudarla a que sus frutos reciban unas 6 horas por día de sol-luz, situación especial se da en los veranos. Y a deleitarse con el tomate en dulces, secos para luego hidratarlos, gazpachos, pizzas, licuados, una lista espléndida e interminable.
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