«Siempre camino en estas playas, entre arena
y espuma. La alta marea borrará mis rastros,
y el viento, la espuma. Pero el mar y la playa
serán eternamente.«
Kahlil Gibran
Construcción de espacios urbanos en zonas de playas
Las costas marinas bonaerenses argentinas con playas presentan muchas veces médanos que dificultan el asentamiento de la población. Desde la década del 40 se fue utilizando la estrategia de dejarlos donde estaban, pero fijándolos para aprovechar los declives de las dunas logrando un efecto paisajístico atractivo. La elección de las especies forestales para fijar los médanos recayó en pinos y eucaliptus, dos especies exóticas pero de gran adaptabilidad.
Sabemos que el asentamiento de la población fue muy dificultoso porque el viento con su fuerza arrasaba los médanos de un lugar a otro sepultando todo a su paso, pero la perseverancia del trabajo logró afirmarlos y construir un paisaje combinado de bosque y masas de arena. Se recuerda aún la entrada a un hotel donde se alojó Antoine de Saint Exupery, al que para ingresar al verano siguiente, hubo que colocarle una escalera para entrar por una de las ventanas, ya que la puerta principal había quedado sepultada bajo la arena.
Forestar con especies exóticas
Este estilo de construcción de espacios urbanos con forestación exótica ha sido bien visto hasta hace algunos años, cuando se empieza a cuestionar la implantación de especies exóticas de rápido crecimiento pero que atentan contra el ADN del país.
Nadie lo planteaba antes, incluyo yo, que de pequeña recuerdo ir a estas playas bonaerenses con pinos de pocos centímetros de altura y que con los años han formado un bosque tupido, por cierto encantador. Las especies exóticas han sido invasoras, invasoras biológicas, que son introducidas en un ambiente del cual no son originarias. Allí se desarrollaron, se reprodujeron y se extendieron en el espacio, y cuando su descendencia fue capaz de reproducirse y dispersarse avanzaron en grandes distancias y superficies.
Son áreas que poseen condiciones naturales atractivas como una playa amplia, de suave pendiente, cadenas de dunas bajas y condiciones climáticas bastante benignas, especialmente en verano. Estas zonas habían sido ocupadas por estancias dedicadas a la ganadería extensiva de vacunos y ovinos en plena etapa agroexportadora argentina, para producir cueros, lana y carne que se vendía a mercados europeos.
Ante cambios en modelos económicos las estancias se subdividieron y las empresas inmobiliarias se interesan por estas zonas costeras con la finalidad de explotarlas turísticamente.
Lo que parecía sin duda un acierto, hoy me permito cuestionarlo:
¿Qué impacto genera la apertura de calles, la demarcación terrenos y los loteos que no se ha detenido por kilómetros y kilómetros de playas que dan al Océano Atlántico?
La fijación de dunas no contempló nunca la fijación por medios de especies forestales autóctonas, se priorizó que crezcan pronto y generen un paisaje bello, pero que no es identitario. No sé si ha cambiado el concepto de uso de la playa, pero lo que conozco es que la “playa de mar” es la extensión de tierras que las olas bañan y desocupan en las más altas mareas. No se contempla la dinámica de la misma por lo que se autoriza ocupar casi hasta el mar, con presencia de particulares dejándolas recortadas, mutiladas y estrechas.
“Sino porque como la mar
después que arena invade temerosa se ahonda.
En verdes o en espumas la mar, se aleja.
Como ella fue y volvió tú nunca vuelves.
[…]
Quizá porque, rodada
sobre playa sin fin, no pude hallarte.
La huella de tu espuma,
cuando el agua se va, queda en los bordes.”
Vicente Aleixandre
Una amenaza latente es el fuego, ya sea por causas naturales o humanas, puede destrozar el actual ecosistema. Se han convertido grandes áreas de matorrales en bosques de coníferas introducidas como un cambio “reciente” en el uso de la tierra.
Hoy las páginas web nos hablan de balnearios que son “un paraíso de amplias y despobladas playas, entre enormes pinos, acacias, álamos, olivos de bohemia y eucaliptus, y que espera por los visitantes a menos de cuatro horas de la ciudad de Buenos Aires, el turista encontrará el entorno natural necesario para desconectarse de todas las preocupaciones”.
La tendencia es defender el estandarte del movimiento Slow City, con urbes costeras llamadas a ser un remanso natural donde es prioridad:
“¡La protección del medio ambiente!” Me pregunto ¿Cuál?
¿El implantado?
Pero lo cierto es que llega el verano y de la mano de un clima templado junto a paseos a caballo o en sulky, hay salidas en bicicleta, trecking y las insufribles excursiones en 4×4 y cuatriciclos manejados por menores sin casco. En las dunas se puede practicar sandboard y ya en el mar, diferentes deportes náuticos como windsurf, esquí acuático y wakeboard. La velocidad máxima de tránsito en auto permitida es de 30 km/h y la mayoría de los carteles invitan al visitante a caminar.
Luces y sombras de la presencia humana en ecosistemas a los que intenta modificar, al menos en parte, donde el árbol se convierte en protagonista, pero como extranjero naturalizado.
Imágenes De colinas blancas.com.ar y Argentour.com
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