Delta en otoño

Luego de leer artículos sobre el deterioro ambiental y lo que hemos investigado con Marta Lema (@lecumar) para poder escribir nuestro libro, me pregunto casi filosóficamente como hace el hombre para mirar ante sí paisajes degradados, bosques decapitados, mares con olas de basura, pájaros empetrolados y una lista de atentados ambientales que continuaría casi interminable.

No importa si somos bichos de ciudad con hábitos claramente urbanos o si preferimos un cielo de estrellas como techo y amamos el silencio del campo, el viento del desierto altopuneño o la humedad de las selvas. Lo que nos une como humanidad es que de esta Tierra todo necesitamos y tomamos para nuestra subsistencia. Comida, bebida y morada, todo lo obtenemos de la naturaleza.

¿Qué espíritu destructivo nos lleva a atentar contra “nuestra madre Tierra”?

La estructura capitalista neoliberal que rige en la mayoría de los países que habitamos nos motiva a consumir sin descanso generando residuos que no se degradan. Los que tenemos más de 5 décadas encima comparamos la cantidad de basura que cada familia generaba por día y la costumbre de enterrar la orgánica para fertilizar, con la que producimos hoy. Los rellenos sanitarios colapsan y forman serranías de hasta 200 mts de altura que luego cubriremos con un poco de tierra como quien barre y deja bajo la alfombra la suciedad para que no se vea, pero ahí está y estará por años.

Muchos nos involucramos, por suerte, aparecen grupos ecologistas, diseñadores de ropa o artículos varios con una creatividad sorprendente para reutilizar lo que tiraríamos sin más. La educación ambiental tiene, sin duda, un lugar de privilegio para divulgar conceptos científicos, imágenes esclarecedoras, y motivar cambios de conducta destructivos por otros más amigables con el medio ambiente.

No quiero para mis hijos la descripción de un paisaje como “de tristes soledades,  parecería que en lugar de la vida reina la muerte  como soberana”, como decía Darwin al recorrer los terrenos fueguinos.

Vivimos en un mundo que ha perdido varias certezas, en el que se puede sostener una opinión y luego  cambiarla, en la que lograr soluciones rápidas a los problemas es un valor y la naturaleza tiene sus tiempos, su ritmo, al que debemos acompañar.

Como sostiene la psicología positiva surgida en los Estados Unidos a fines de la década del 90, de la mano del psicólogo Martin Seligman, proponemos enfocarnos en las emociones positivas, las fortalezas y habilidades que como seres humanos tenemos. Busquemos enfocarnos en nuestra comunidad, involucrarnos en las instituciones locales, con  conciencia ciudadana, pero sin perder el sentido del humor y el optimismo.

Los que escribimos, opinamos o sólo leemos los artículos de esta página web, creemos en el otro, intentamos hacer lo que debemos, no olvidamos los pequeños y grandes deberes. Pueden parecer pocos, pero no lo son.

Como nos recuerda Sergio Sinay en la columna del diario La Nación de Argentina. Ernesto Sábato, con la belleza habitual de su prosa, en decía en Antes del fin:

«Salgamos a los espacios abiertos, arriesguémonos por el otro, esperemos, con quien extiende sus brazos, que una nueva ola de la historia nos levante. Quizá ya lo está haciendo de un modo silencioso y subterráneo, como los brotes que laten bajo las tierras del invierno. En tiempos oscuros nos ayudan quienes han sabido andar en la noche». Sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido».

Y Hemos perdido paisajes, ambientes, especies, pero todos los días alguien nos recuerda con hechos lo que queda por lograr. ¿Por qué no intentarlo? La puerta del cambio de actitud frente a la situación ambiental se abre desde adentro.