En la provincia de Córdoba, Argentina, se extiende una inmensa laguna de agua salada con unas 480.000 ha en promedio de superficie.

Ansenuza

Se la conoce como laguna de Mar Chiquita originada hace unos treinta mil años cuando una falla geológica  levantó tierras al Este y al Sur de su actual ubicación, generando como un  dique. Esta barrera natural, impidió que el aporte de  agua de los ríos como el Dulce que baja del Norte, y del Primero, hoy conocido como Suquía y el Segundo ahora llamado Xanaes que llegan del sudeste puedan perderse en el mar. Se  forma así  una laguna sin desagüe  lo que la convierte hoy en una cuenca endorreica. Conforma un dominio de gran riqueza en biodiversidad, un humedal de  particular belleza y sin duda un atractivo turístico en el corazón de la  Argentina. Es un paraíso para los amantes de la naturaleza, por la riqueza y abundancia de la flora y la fauna con más de 300 especies de aves registradas, unas 30 especies de reptiles,  de  anfibios (ranas y sapos), y un número todavía no precisado de mamíferos entre los que son comunes el coipo o nutria, los zorros, los hurones, las comadrejas y el puma. Como aves características de esta reserva pueden avistarse gaviotas, garzas, cisnes blancos y de cuello negro, y muchas especies de patos. Pero el origen de su actual salinidad que permitió que se conociera como una “mar” se le atribuye a una diosa de los Sanavirones,  grupo aborigen que convivió con los más conocidos Comechingones y se llamaba Ansenuza.  Esta diosa habitaba las aguas de la laguna, y cuenta la leyenda que  era tan bella como cruel e indiferente. Pero un día, mientras recorría sus dominios, Ansenuza  encontró sobre la playa de arena el cuerpo tendido de un indio sanavirón malherido y se acercó pausadamente a él. El guerrero yacía moribundo como en un ensueño de trance a la muerte. La diosa se enamoró perdidamente del indio y tal vez por primera vez, su corazón palpitó el amor. Pero también se dio cuenta que salvarle la vida era casi imposible y comenzó a llorar. Con estas lágrimas sentidas  humedeció  el cuerpo  de su amado ya muerto. Lloró  tanto que sus lágrimas convirtieron en saladas las aguas de la laguna. Pero este amor merecía una oportunidad, por eso los dioses le  devolvieron de alguna manera la vida al joven guerrero: hicieron caer del cielo como un rayo que iluminó el cuerpo inmóvil  transformándolo en un esbelto flamenco de plumas rosadas.

Hoy los flamencos  son el emblema de la laguna.

Aquí empiezan los flamencos

en su mansión de laguna.

Rectos tallos de sonrosada agua,

transparentes rosas de cristal seducido

son mis flamencos.

 

Seres de grácil templanza, selectos

en la soledad de su plumaje

y patas de bambú. Los vi por la mañana,

luego por la tarde tiñendo el agua

con albores y brasas.

 

Cierro mis ojos y persisten las estatuas

del mutismo, de ardor virgen, desplegando

el discurso del ave, desarrollando etapas

en la fibra del aire.

geometrías románticas…

 

El pico se curva en barro alfarero,

¡cuántas pulsaciones de la brisa

tuvo que soportar! ¿Cuántos estallidos

de tormentas? Y el cuello de arco iris…

¡arqueándose hacia la vida!

 

Mañana seguirán su astro, estos pájaros.

En mi sueño de ojos adentro quedarán

su enjambre rosado y un jaleo

de siluetas a mis oídos. Nada más.

El cenit cuelga flamencos.

Aquí empiezan los flamencos, de clonariel, en Poemas del Alma