«Divisamos, al fin, un destino,
las añoradas islas encantadas».

Un poco de historia

Estamos frente a un país en el que ya se vivía en el siglo XIX una intensa expansión económica en el puerto de Guayaquil apuntalada por la deforestación y las consecuencias desatadas han marcado  la región selvática afectada hasta la actualidad. Guayaquil era conocida como una ciudad de madera, vulnerable  a los incendios frecuentes.

Comenta Pablo Ospina Peralta  en su obra “Una breve historia del espacio ecuatoriano” que años atrás “la aridez no era tan marcada: todos los testimonios revelan la existencia de importantes áreas boscosas […].Esos bosques costeros de mangle o esos bosques interiores de selva densa y lluviosa proporcionaron materias primas para las principales actividades industriales: los talleres del astillero”.

Siempre remontándonos al siglo XIX recordemos que la mirada sobre la naturaleza no siempre era bucólica y reflexiva. Se la conoce poco y se explica de manera antojadiza lo que no se comprende. Es así que se creía que el aguardiente causaba epidemias y por lo tanto estaba prohibida la destilación de aguardiente de caña cuando ya los ingleses sabían que con una buena proporción alcohólica no hay bacteria que sobreviva. Es así que la naturaleza desata miradas prejuiciosas y concepciones mágicas. ¡Para qué preservarla!

Al territorio ecuatoriano se lo conoce como la “Tierra de volcanes”, pero se creía arrojaban peces cuando entraban en erupción. Así se comentaba en una Geografía de Ecuador de 1858 escrita por Manuel Villavicencio: “el volcán Imbabura debe su nombre a un pez chico y negro- imba-, que se criaba – bura- en sus entrañas. Las erupciones de agua dejan gran cantidad de esos pececillos que suponen ser arrojados por la montaña donde piensan existe el criadero de ellos”.

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La naturaleza americana parecía que siempre proveería en sobreabundancia de recursos como se creía acerca de las tortugas que dieron nombre a las Islas Galápagos.

Nos cuenta Jean Dorst en su libro “Antes de que la naturaleza muera”,  que los barcos llegaban hasta las islas exclusivamente para cazarlas, eran gigantes y la matanza era a escala industrial. La grasa era recolectada y derretida para conseguir entre cuatro y once litros de aceite por animal. Luego de 1830, los barcos norteamericanos pescaron más de cien mil ejemplares. Si tomamos como punto de referencia el descubrimiento de este paraíso, se deben haber cazado no menos de diez millones de tortugas.

A  las Islas también se hacían expediciones para cosechar un liquen conocido como “orchilla”, del que sacaban pigmentos violetas y rojos. Theodor Wolf describe en una visita a Galápagos que los recolectores que montaban campamentos se alimentaban de los huevos de albatros mientras hacían su trabajo de recolección.

Ya en el siglo XX se presiona a la fauna marina comercializando cetáceos, considerados como un recuro natural que debe ser explotado. Se justifica la caza de ballenas en las Islas: “la pesca de la ballena están ventajosa y más fácil que en los mares árticos, por lo que hasta hace algunos años no faltaban buques balleneros en las cercanías de las islas”.

Islas Galápagos

En su libro “Historia ecológica de Iberoamérica II”. Antonio Elio Brailovky reflexiona sobre el impacto ambiental del turismo que promociona los destinos declarados por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. En Galápagos se vivencia un conflicto medioambiental: se utiliza el mismo para financiar la investigación científica. El turismo reordena el espacio insular y ocasiona intercambios biológicos que primitivamente no había.

Están situadas mar adentro a 1000 Km de la costa y fueron consideradas como una frontera lejana que si Ecuador no ocupaba, lo haría otra nación.

Nos remontamos a la presencia de Darwin en este paraíso para la construcción de su teoría sobre la selección natural: variaciones en la diversidad biológica originadas por el aislamiento.

Las Islas Galápagos son un Parque Nacional desde 1959 y en 2007 la UNESCO  declara al “Archipiélago de Colón” como Patrimonio de la Humanidad.

El Instituto de Estudios Ecuatorianos denunciaba ya en 2004 que “los continuos viajes entre el continente y las islas y entre las islas favorecen el intercambio de especies, la instalación de nuevas variedades que nunca existieron, como mamíferos ungulados e incluso especies de anfibios, insólito en tierras secas.

El fin del aislamiento genético de poblaciones que evolucionaron largo tiempo de forma independiente se expresa en el creciente número de especies introducidas: es decir el mayor riesgo ambiental y el más difícil desafío presente a la conservación de la vitalidad de los ecosistemas isleños”.